En mayo de 1493, el pontífice Alejandro VI
señaló la manera en la cual España y Portugal se iban a repartir los terrenos descubiertos. “Os
requerimos [que] queris y debáis con ánimo pronto y celo de verdadera fé,
inducir los pueblos que vivan en tales islas y tierras a que reciban la religión
cristiana.” Luego concedió los territorios a cien leguas hacia el
occidente de las Azores
y el Cabo Verde, al mismo tiempo que les mandó “en virtud de santa obediencia…
procuráis enviar a dichas tierras firmes e islas, hombres buenos, temerosos de
Dios, doctos, sabios y expertos, para que instruyan a los susodichos naturales
y moradores en la fe católica y les enseñen buenas costumbres.
La concesión que obligó a España
a evangelizar a los
naturales del Nuevo Mundo fue conocida como los justos títulos. La enseñanza a
los nativos de la religión y de buenas costumbres era la condición que
justificaba la concesión a la monarquía española de los territorios
occidentales. Así la educación indígena estaba ligada al derecho de España de
dominar las nuevas tierras, porque debido a esta tarea evangelizadora
ostentaban los justos títulos a las posesiones americanas.
De esta manera, la Corona asignó
dinero y hombres a la educación de los indígenas durante la época colonial. Fue
la iglesia católica la responsable de la educación
de los naturales, los frailes, los franciscanos,
dominicos
y agustinos,
dirigían las parroquias de los indios, llamadas doctrinas,
y se encargaban de la evangelización y de la enseñanza. Sostenidos
principalmente por el gobierno español, las órdenes religiosas utilizaron métodos
que ya conocían y los adaptaron para transmitir los conocimientos religiosos—
pinturas, catecismos con dibujos en vez de palabras, danza, teatro y música
(métodos audiovisuales), además de enseñar las artes, oficios y fundar colegios
de internados para indígenas durante el siglo XVI: los franciscanos en Tlatelolco,
los jesuitas
en Pátzcuaro, Tepozotlán y el colegio de San Gregorio en la ciudad de México.
Los franciscanos fueron los
primeros frailes en arribar a la Nueva España
entre los años de 1523 y 1536. Su preocupación principal fue la de evangelizar
a los nativos de estos nuevos territorios, por lo que su primera acción fue la
de aprender la lengua de los naturales.
En 1585 el III Concilio Mexicano
legisló sobre dos puntos relacionados con la educación indígena. Prohibió la
ordenación de los indios como sacerdotes y mandó que los párrocos usaran la
lengua indígena de cada región para la evangelización. A pesar de la
prohibición para las órdenes sacras, algunos indígenas asistieron a la
Universidad de México para estudiar filosofía, gramática latina, derecho y
medicina, ya que esa institución, fundada en 1551, estaba reservada para
alumnos españoles y para indígenas como vasallos del rey.
Las cédulas reales posteriores al
siglo XVII reiteraron el doble mandato: la colocación en las doctrinas de
sacerdotes que supieran las lenguas indígenas y el fomento de la enseñanza del
castellano a los indios. Durante el reinado del último rey de los Habsburgos, Carlos II, El Hechizado, se expidieron una
serie de cédulas reales, relacionadas con la queja del arzobispo de Lima de que había sido tan
conservada en esos naturales su lengua india como si estuvieran en el Imperio del Inca. Por
primera vez se hablaba de escuela, y no sólo de maestros, para la enseñanza del
castellano. También se inició en la legislación el mandato de enseñar a leer y
escribir a los indios, aunque la alfabetización de los naturales se inició
desde el siglo XVI.
En 1693 el rey encargó el fomento
de las escuelas y autoridades civiles locales (los alcaldes mayores) porque
ellos eran los supervisores de las cajas de comunidad de los pueblos de indios,
de donde se pagaba a los profesores. Estas cédulas se dirigían principalmente a
los obispos de México, Puebla, Oaxaca, Michoacán y Guadalajara quienes
respondieron que habían empezado a llevar a cabo la fundación de escuelas. Los
tres colegios internos para indígenas en Parras, Coahuila, en 1622; en San Luis
de la Paz en 1640, añadido la escuela establecida en 1594; y el Colegio de San
Javier, Puebla, en 1751. Probablemente estos colegios sirvieron para la
preparación de los alumnos nativos para ocupar puestos eclesiásticos, políticos
y civiles, además de los seminarios diocesanos, fundados al final del XVII, que
tenían becas para los seminaristas indios.